Las ciudades no tienen la culpa

 Clarín -Tribuna
Lucas Delfino

El coronavirus es una enfermedad típica del siglo XXI. Es global, viaja rápido, se contagia fácil y no distingue jerarquías. Una pandemia a tono con la época, que nos viene a recordar lo cerca que estamos en este mundo hiperconectado. Nada queda lejos. Ni siquiera China.

Como se sabe, en la ciudad de Wuhan comenzó todo. Después vino la propagación hacia otras grandes metrópolis, que ocuparon las tapas de los principales diarios de Occidente. Y lo urbano, con sus respectivas aglomeraciones de gente, lentamente, pasó a ser observado con desconfianza. La concentración demográfica, los espacios públicos, el transporte colectivo y la circulación –todas propiedades congénitas de las urbes– hoy son vías de transmisión. Hace un puñado de días, nuestros esfuerzos estaban concentrados en planificar el encuentro social; ahora, nuestras energías están enfocadas en organizar el aislamiento.

El sentimiento colectivo, piedra angular de las ciudades, es la primera víctima del coronavirus. Como demostró un estudio la revista británica Lancet, el impulso gregario de las personas es reemplazado por reacciones nocivas como la ansiedad, la ira y el miedo. La soledad “inducida” nos impacta negativamente. No nacimos para el encierro. Ahí están las ciudades para recordárnoslo. Desde hace más de 9.000 años, con la fundación de la primera metrópolis al sur de la actual Turquía, los seres humanos decidimos tener vecinos.

Pero también podemos aprender de las horas difíciles. Traducir las adversidades en oportunidades. Pasar del dolor a la experiencia. Justamente, cuando el virus sea parte del pasado, este será uno de los desafíos cruciales de la política. ¿Qué lecciones nos dejó el CODIV-19? Ahí, probablemente, percibiremos la diferencia entre un gobernante y un estadista.

Y desde el “metro cuadrado” de la política hay mucho para revisar. Por ejemplo, el medioambiente. El grupo de Facebook “Venezia Pulita” mostró fotos de cómo cambiaron los canales de la ciudad desde que entró en cuarentena. Aguas claras, peces por todas partes, cisnes paseando y cielos limpios son algunas de las nuevas postales de la capital del Véneto. Un fenómeno similar sucedió en Beijing, donde, gracias a la reducción de producción de las fábricas, el smog perdió volumen, el firmamento recuperó su celeste y los vecinos respiran un aire más puro. Nueva York no se quedó atrás: debido a la escasa circulación de automóviles, los pájaros se escuchan en cada esquina. Todo esto solo en diez o quince dias sin personas circulando.

Otra arista interesante para analizar es la tecnología. La cuarentena nos obligó de repente a familiarizarnos con términos como “teletrabajo” o “home office”. Existe una correlación automática en todas las ciudades: a medida que sube la cifra de contagios, aumenta la determinación de las empresas para que los empleados realicen sus tareas desde casa. Varios interrogantes. Uno clave: ¿cómo puede reorganizarse una urbe si descomprime el régimen laboral presencial? Situación hipotética: ¿qué pasaría si la mitad de los 3,5 millones de personas que ingresan diariamente a Capital Federal pudiese cumplir con su trabajo desde su hogar? ¿Utópico? Recuerden: nada está lejos en este siglo.

La salud es un tópico insoslayable en este contexto. Muchas ciudades tienen que, anualmente, administrar endemias, epidemias y pandemias sin hospitales propios. La coordinación con los Estados nacional y provincial suplantan –en cierta medida– esta carencia. Pero en una crisis como la actual, el tiempo es vida. Un retraso en la toma de decisiones puede dejar sin margen a sectores vulnerables. Necesitamos agilizar la burocracia. Y eso se resuelve quitando del medio la mayor cantidad de trabas institucionales. El mismo dilema presenta la seguridad. Problemas de gran complejidad como el narcotráfico son atacados con estrategias e instrumentos obsoletos. Rosario ya suma 62 muertes en lo que va del año. Al delito organizado no lo detiene ni la cuarentena.

El coronavirus está desnudando muchas falencias en nuestro estilo de vida actual. La velocidad de la globalización demanda urgente una dirección. El laissez faire ya no es una opción. Necesitamos políticos con protagonismo, sensibilidad y visión. Dirigentes que combinen las energías del mercado, con las capacidades estatales y los derechos ciudadanos.

En muchas casos a lo largo del mundo fueron los alcaldes en sus ciudades los que tomaron la delantera para llevar adelante las decisiones más drásticas antes que los estados nacionales lo hagan, en nuestro país Martín Yeza (Pinamar), Horacio Rodríguez Larreta (Capital Federal) o Mariano Campero (Yerba Buena) fueron algunos de los ejemplos contundentes de jefes locales con iniciativa, marcando agenda y siendo audaces en el cuidado de su comunidad. Aprovecharon la cercanía con el vecino y marcaron el rumbo con medidas preventivas fundamentales, como el cierre de comercios, el límite a la circulación y el fomento del delivery.

Sin negar los retos que, en términos demográficos, ambientales y económicos, presentan “ciudades XL” como México D.F, San Pablo o Tokio, hay que replantearse la perspectiva desde la que abordamos la realidad. Hasta hoy, pensamos la mayoría de las soluciones en un sentido descendente, desde el Estado nacional hacia abajo. Quizás, esta sea una oportunidad para invertir esa dinámica y crear nuestro destino desde lo local. Quizás, como sostenía la urbanista autodidacta Jane Jacobs, “lo pequeño sea el futuro”.

 Lucas Delfino es Subsecretario de Cooperación Urbana Federal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Autor del libro “La Revolución de los Municipios” (2019).