La gentrificación, la nueva ¿enemiga? de las ciudades

LA NACION | LA NACION REVISTA | Javier Navia

Imágen de: Laboratorio de Cartografía Crítica
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Las ciudades han enfrentado diferentes enemigos a lo largo de la historia. Asedios, de los que se protegían con murallas. Pestes, de las que no podían defenderse.
Catástrofes naturales, frente a las que nada puede hacerse. Pocos habrán podido imaginar que, avanzado el siglo XXI, el enemigo silencioso de las grandes ciudades iba a ser un término que hoy está en boca de todos, pero del que hasta hace poco se tenía poca conciencia, un enemigo al que las mismas metrópolis abrieron la puerta y tendieron una alfombra roja: la gentrificación.

Todo indica que fue en Londres donde esta palabra empezó a utilizarse por primera vez. De hecho, proviene del inglés y remite a gentry, término que designa a la "alta burguesía" o clase alta. En concreto, gentrificación es el proceso de transformación de áreas urbanas deprimidas, post industriales o subexplotadas comercialmente, que tras recibir fuertes inversiones, privadas o públicas, comienzan a atraer vecinos de alto poder adquisitivo, en general profesionales y familias jóvenes, provocando un aumento del valor de la tierra y del precio de los alquileres que desplaza a los residentes preexistentes.
Este proceso ha sido evidente en los últimos años en varias partes del mundo -desde Londres, donde las zonas más céntricas se volvieron inaccesibles para las clases medias, hasta los barrios de Chueca, en Madrid, o Williamburg, en Brooklyn- y también en Buenos Aires, donde lo llamamos "palermización". Incluso, en ciudades como Barcelona
atribuyen a Airbnb, la plataforma de alquileres turísticos, un efecto gentrificador, ya que más viviendas quedan disponibles solo para altos alquileres temporarios y menos para inquilinos locales que, de ese modo, se ven obligados a pagar más o mudarse a periferias.
Pero el término explotó a mediados de 2018 en medios como The New York Times o The New Yorker cuando Amazon anunció la instalación de parte de sus cuarteles generales en Nueva York, precisamente en una zona de Queens conocida como Long Island City. Aunque la ciudad y el Estado celebraron el desembarco de un gigante que
invertirá en su nueva sede cerca de 5000 millones de dólares y empleará a al menos 25.000 personas, expertos comenzaron a alertar sobre la inevitable gentrificación que desplazará de allí a los sectores de menores recursos, muchos de ellos inmigrantes.
Entonces, las sonrisas provocadas por un anuncio positivo cambiaron por muecas de preocupación sobre el desafío inesperado para el futuro de la ciudad y de sus habitantes.
Por supuesto, no todos concuerdan con la negatividad de la gentrificación o la consideran un mal menor frente a las ventajas del desarrollo. En cualquier caso, el debate ya se ha instalado y el vocabulario urbano sumó otra palabra, y otra controversia.

Javier Navia,  LA NACION